sábado, 13 de agosto de 2011

Te lo dedico a ti.

Mírala. Soy yo. Es parte de mí. Me gusta, pero no tengo mucho mérito. El mundo la hizo (me hizo) así. Es mi cuerpo, modelado por miles de millones de años de la más pura supervivencia. Por eso me gusta también.


















Es mi mano. Ya lo sabes, soy muy curioso. Me he fijado en tantas manos de otras especies... desde las alargadas de nuestros parientes más cercanos hasta las minúsculas que con tanta gracia manejan los roedores al manipular. Mi mano, como tu mano, no es demasiado especial por sí sola. La hace especial el complejo sistema nervioso al que está conectada. El mundo modeló todo así. Miles de millones de años de la más pura supervivencia. Modeló  también el complejo sistema nervioso que hace que la mano sea la mejor herramienta del mundo. Modeló el cerebro, y con el cerebro, modeló el modo en que el cerebro piensa. Miles de millones de años de la más pura supervivencia lo hicieron así.

Ya no sobrevivimos. No tú y yo. Ahora el cerebro se ha librado de esa pesada carga. Es curioso o irónico, pero ahora el cerebro se ha liberado a sí mismo de ser como miles de millones de años de pura supervivencia lo habían hecho ser.

Me conoces desde hace muchos años. Desde que el vello no se mostraba en todo su potencial hasta ahora, que peino (es un decir, lo de peino) canas. Ya sabes quién soy y en qué sentido me gusta caminar. Yo sigo caminando. He dado el paso y no creo que lo comprendas. No lo creo porque para eso tendrías que dar el paso tú también, y no te atreves. Te prestaría... lo que hiciera falta para que pudieras entender las cosas que he acabado por comprender, pero no puedo hacer eso. Lo tienes que hacer tú, sin ayuda, y hay que esforzarse, y mucho.

Miles de millones de años de pura supervivencia hicieron mi cuerpo entero tal y como es. Pero mi pensamiento me lo hice yo. Te lo aseguro, tuve que esforzarme mucho, de hecho aún sigo haciéndolo. Espero que al menos, esto lo comprendas. Quizá un día tú también seas capaz de dar el paso y entonces podamos reencontrarnos.

El viento podrá hacer su sonido característico al acariciar las efímeras hojas de alerce de nuevo.