viernes, 23 de enero de 2015

Un regalo

   Horas y horas de puro placer. ¿Qué mejor regalo se puede hacer a un simple mortal de breve vida como yo? Bueno, pues aquí estoy, al final de 40 clásicos del siglo XX que he intercalado con mucha otra literatura de muchos tipos. Una muestra es mi lista "Mentes en contacto", que es lo que son para mí los libros, entre tantas otras cosas. A través del espacio y el tiempo mi mente se ha puesto en contacto con la de personas que nunca conocí y que ni siquiera podían imaginar quién iba a apreciar cierto día el legado que dejaron. Como el de quien pintó la cabra al  carbón que luego (¡menudo luego!) yo vi en la cueva de Las Monedas.


Ya no me queda sitio en las estanterías para ponerlos verticales y una sola fila. Y lo que te rondaré...


   Yo sé bien cuándo será el fin del mundo. No sé la fecha exacta, pero sé con qué acontecimiento coincidirá: con el de mi propio fin. Si uno es capaz de imaginarse el fin del mundo, no veo mayor dificultad para imaginarse la propia muerte. Sí, claro, el mundo seguirá ahí, pero ya no para uno, lo mismo que pasaba antes de nacer. No hubo entonces nada para mí.
   No me lo tomo demasiado mal, sobre todo porque miro el lado bueno: desde el punto de vista de un amante de la naturaleza que comprende la fragilidad de lo remotamente improbable, he vivido y vivo; ¿para qué ser más ambicioso?

   No albergo la esperanza de volver a ver nunca más a la persona que pensó con cariño en mí mientras hacía semanalmente esta colección de 40 tomos. No comparto este punto de vista con casi nadie que conozca, y de verdad que, literalmente, no comprendo cómo puede aliviar a nadie engañarse a sí mismo en algo tan contundentemente definitivo y real. No importa, no es una crítica. Es la expresión de mi pensamiento sin más.

   En honor de aquel que decidió que la mejor herencia que podía dejar a sus hijos es sabiduría y conocimiento, hoy escribo esta entrada para celebrar que me he leído ese regalo entero; una colección de 40 libros, la mayoría muy buenos, algunos me han acercado a grandes figuras de la literatura desconocidas por mí hasta entones, algunos me ha costado leerlos o no me han emocionado demasiado, algunos párrafos me han sido difíciles de digerir por su complejo estilo de vanguardia (aunque saborearlos fue una delicia casi siempre), y todos han formado parte de quien soy. Porque esa es una de las palabras que podrían definirme, tan buena como tantas otras. Soy un lector. En parte gracias a aquel que decía que sentía más ilusión al regalar que al recibir regalos, algo que demostró siempre con hechos.