sábado, 10 de octubre de 2015

El hombre que escupía pitillos

    Lo que yo puedo recordar es que era un buen hombre. Se portó muy bien conmigo y con los míos sin juzgarme ni juzgarnos. Fue generoso. Fue un maestro paciente, de los que saben mucho más pero no se desesperan por tu ignorancia sostenida. A pesar de que las personas que le rodeaban no lo respetaban mucho e incluso habían llegado a decepcionarle y cansarle, él tenía un ánimo bondadoso, y conmovedoramente compasivo, había perdonado de corazón a un hermano que se había perdido por muy malos caminos años atrás y que por ello arrastraba un estigma social.
    Era muy inteligente y ocurrente. Tenía una imaginación que le desbordaba muchas veces a él mismo. Inventó el tele-churro, un laberinto gigantesco en los páramos hecho con las piedras que de él se sacaban al ararlos anualmente. Inventó ajedreces y partidas de mus vivientes. Inventó un libro de poesía gigante clavado en la Isla de Santa Clara y una poesía gigante escrita en el pico San Quirce. Inventó pins vivientes.



    Fue un honor y una suerte conocerlo, y si un día tú y yo nos sentamos con tranquilidad a contarnos viejas anécdotas, igual te hablo de él y del título de esta entrada. Me hubiera encantado poder seguir conversando con él ahora como el hombre en que me he convertido y con quien no pudo hablar. Acabo de enterarme de que su hermano, a quien conocí primero, hace poco también ha pasado a ser, como él mismo me dijo una vez, un libro que ya leído vuelves a dejar en la estantería.

Sueño tríplice

    No sé en cuál de los niveles de sueño había ido a entregarle una enorme tabla de planchar de rayas moradas a la casa de la infancia de un amigo, subiendo por escaleras de diferentes tamaños y anchuras, escherianas unas veces, peligrosamente altas y sin barandilla algunas otras, para acabar tratando con su madre sobre dónde meter semejante armatoste.



    Soñé que le contaba a mi mujer un sueño que acababa de tener, que trataba de cómo les intentaba explicar a un hermano y a mi madre un sueño que acababa de tener, pero me costaba mucho, es que no me salía la voz porque sentía un torbellino de emociones que me lo impedía. O porque me faltaba el aliento. O las dos cosas. El sueño que les trataba de contar, había sido muy inquietante. Acababa de soñar, en un corta siesta, que hablaba con alguien a quien le preguntaba de manera enigmática algo que debería haberle preguntado de manera clara, para que la respuesta tuviera algo de valor. Le preguntaba si el más allá estaba o era. Mi intención era preguntar si existía o no, y sin embargo, no pude preguntarlo de manera tan simple. No recuerdo la respuesta en parte porque no la recuerdo y en parte porque creo que a tal pregunta, tal respuesta. Sí recuerdo, que medio divertido, medio sonriendo, me decía que yo debería volver a estudiar, dando a entender que era algo fácil de hacer, pero no quedándome claro si ahora o en ese supuesto o no más allá que era o no era o estaba o no estaba.




"Y esta noche duermo solo y quizá te encuentre en mis sueños, que es donde sólo te puedo encontrar."