domingo, 14 de enero de 2018

Hilando a pedales

Hoy he subido en bici a Erlaitz desde Ibarla. Una de las cosas que me encantan de hacer deporte es que, a la contra de lo que te decían en el cole sobre los australopitecos que dejaron las manos libres al bajar de los árboles,  uno deja la mente libre al practicarlo. Como no hay otra cosa que hacer que pedalear o andar o remar, se pone uno a pensar: no queda más remedio.
    Al oír unos ruidos animales quejumbrosos en la casi soledad de una fría y nublada mañana bastante temprano, me han venido al recuerdo unos tiempos en los que probé la maldad y la crueldad. Es curioso cómo todavía me es casi imposible evitar sentir que un día recibiré un castigo para reparar con justicia lo que hice... aunque eso es otra historia (tanto lo que hice como los varios aspectos que implican tener un esquema mental que inspire pensamientos así).
Y me alegro de poder juzgarme ahora y haber podido elegir, y haber elegido no seguir ese camino. Hay caminos que una vez se empiezan son difíciles de desandar, digamos que tuve la sensatez de sólo pararme en el cruce y mirar a dónde llevaba aquél para ver que debía dar la vuelta y no tomarlo.


Sólo soy otro número, y como sabes, los números deben cuadrar.
   Pedaleando e hilando pensamientos, trayendo a la mente temas que me importan ahora, he pensado en cómo hay gente buena haciendo cosas irresponsables que yo no me atrevería hacer precisamente por eso. Me estoy refiriendo a gente que sin más que cierta buena voluntad y vocación deja que pongan en sus manos la salud otras personas. Permite que depositen la confianza de dejar algo tan valioso, posiblemente lo más valioso que tienen, en sus manos, como digo, y no siente inquietud por ello. A mí me daría un reparo enorme, no sé,  ponerme a cambiar los frenos a la gente no siendo yo mecánico de coches, llevarles en un paseo en barco sin estudios y experiencia que respalden mis conocimientos en cuanto a normativas y pautas a seguir en los casos que se pudieran presentar, y pensar que como me gustan mucho los barcos y una vez yo llevé el timón de uno puedo tener en mis (ignorantes) manos la integridad de otras personas.
    Es entonces cuando se me hace difícil entender, voy a dejarlo así de momento, se me hace difícil entender, con qué alegría se ponen algunas personas decentes (de lo contrario estaría clara la razón) a responsabilizarse del bienestar que depende de la salud de otras personas sin haberse procurado una formación teórica y práctica que tan profunda y compleja en cuanto a esto se refiere.  Para mí sería éticamente imposible jugar con la vida de otros con esa despreocupación.

    Claro, ahora que sé y he decidido qué no quiero ser jamás.