No soy mucho de prometer, prefiero hacer. Secretamente, me guardo la tarea en la memoria y dejo que se quede ahí, estorbando, mientras no la acabe por completar. De momento, el método del post-it fabricado en material-memoria me funciona.
Así, si por ejemplo, me enseñas una causa que necesita una pequeña donación y yo me decido a colaborar, raro será que te diga que voy a hacerlo. Si quiero/puedo, lo haré. Luego quizá te cuente, o quizá no, que ya lo hice. No sé, yo funciono así. Me cuadra mejor. Hacer en vez de decir. Y con muchos de los compromisos que tomo conmigo mismo me pasa exactamente lo mismo. En vez de contarlos por ahí, los adquiero y cumplo con ellos. Sin más. Sin perder la fuerza por la boca.
Hace muchos años, algo más de treinta, me hice una promesa: mantenerme fiel a una manera que tenía de pensar. Promesa que rompí definitivamente diez años después... Hasta hoy, cuando pasados aún veinte años más, la promesa sigue rota. Y ya no creo que sea capaz de retomarla jamás .
Creo que no me hice la promesa por miedo a cambiar de opinión en sí, sino por miedo a abandonar mis principios. Me veía a mí mismo en un futuro hipotético habiendo traicionado aquello que sentía, que yo era. Creo que comprendía la fragilidad de mantenerse firme a un ideal cuando sabía que la vida iba a acabar cambiándome, y creía que si lo hacía -cambiarme- sería por mi rendición. Y cómo detestaba la idea de que me doblegaran.
![]() |
El Prepirineo baztandarra enfrente, el Pirineo al fondo, Erroilbide a los pies, Gyps fulvus sobre la cabeza. Tanto no me han cambiado. |
Lo que pasó, sin embargo, no lo anticipé. Fue que hubo un principio, otro principio diferente al de la lealtad a un ideal, que se antepuso. Esto es, como cuando Jaime Lannister, con razón, argumentaba que era imposible cumplir con los votos de las Capas Doradas siendo fiel al espíritu mismo de los votos, porque se caería en contradicciones y disonancias que una persona honrada no podría ignorar.
El principio que se impuso a esa lealtad a mis principios fue el principio de la honradez intelectual. No pude ignorar voluntariamente las dudas que tuve. Las dudas que fueron minando las ideas que tenía. Y al final, no fue por una convicción que cambié de parecer, sino que fue la consecuencia de un proceso reflexivo lo que hizo que rompiese mi promesa, aquella promesa de mantenerme fiel a una creencia. La promesa que no pude mantener hasta que, finalmente, perdí la fe por el camino.