viernes, 10 de mayo de 2013

De esto fijo que yo no tengo la culpa.

   No tengo toda la certeza sobre todo esto. Sólo la justa. Como la de que era mi madre quien me cogía el diente de leche bajo la almohada y colaba una monedaza de esas de cinco duros. Nunca le vi hacerlo, y por extraño que parezca, nunca le he preguntado si era ella o no, pero la cosa es que tengo la gran certeza de que el ratoncito Pérez no existe. ¿Cómo puedo saberlo? Como que en las paredes de mi casa no viven los diminutos, o como que Perseo no le rebanó el cebollo a la gorgona de pelosierpe. Con esa certeza lo sé.

   Tampoco tengo toda la certeza sobre esto otro. Puede que sólo sea una creencia mía según algunos, una aceptación de lo que es real colectivamente consensuada según otros, pero yo juraría que esta mañana he desayunado leche con galletas a las 5 mientras navegaba por la red. Con esa certeza lo sé.





   La gente, cuando se muere, no va al cielo. La gente que va al cielo es la que se monta en un avión u otro chisme de esos que pesan mucho pero se las arreglan para despegarse del suelo mucho rato.

    Por cierto me pregunto cómo se las habrá arreglado la ingente cantidad de humanidad que nunca ha tenido una casa para que las vibraciones negativas no le afecte al no poder ordenar bien la alfombra con la ventana.

   Me pregunto por qué quienes practican la medicina alternativa no se curran una ONG en plan: Osteópatas sin Fronteras y se van a donde la gente está bien jodida de verdad a hacer la competencia a chamanes y demás sanadores espirituales que no parecen ser muy eficaces, en vez de curar dolorcillos de lomo a gente que dormimos en camas sin parásitos y olemos a jabón y vamos al cole de niños, es decir, los que en general tenemos suerte.

   Las personas no somos seres cuyo corazón está iluminado por la luz, ni las tinieblas moran en los más malotes. El corazón es un músculo que bombea sangre, aunque parezca mentira, y lo que llamamos luz es un estrecho espectro que somos capaces de detectar de ondas electromagnéticas. Salvo algunos más viciosillos (a los que les van las tinieblas, al parecer), somos seres diurnos y nos sentimos más cómodos cuando somos capaces de percibir bastante de esas ondas.



   No tengo la culpa de que la gente crea en cosas graciosas. Esa gente que cree esas cosas graciosas, se diferencia de los pobres paletos que se las inventaron, en que a diferencia de ellos, viven en un momento de la historia en el que no hace falta inventarse a Thor para explicar el fogonazo del rayo, y pueden acceder a información muy fiable y comprobable sobre muchas cosas, pero voluntariamente eligen no hacerlo. ¿Inmadurez, deshonestidad intelectual, pereza para pensar, miedo...? Probablemente una mezcla de todo eso junto. 

   No tengo la culpa de que se sientan tontos. Les gustan muchos sus creencias pero no pueden evitar todas esas cosas que tozudamente se le muestran a uno cada día y que se llaman realidad. Se juntan en grupos de igual signo porque compartiendo la superstición se sienten menos tontos. Saben que mientras sigan así no van a sentirse en el grupo de los listos, pero no les importa mientras tengan con quien compartir el absurdo.

   Me gustaría verlos tan solos como nos sentimos los mortales que vivimos entre nuestros inmortales semejantes, a ver si mantenían su inmortalidad.


   Pues eso, que si no se quieren sentir tontos, que estudien, aprendan, maduren, yo que sé, pero que no se enfaden conmigo, que yo no les he ido contando las milongas que se inventaron unos criadores de cabras del desierto, cuyos escritos inspirados por un ser divino no dicen una sola palabra sobre bombillas incandescentes.

  

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