sábado, 4 de junio de 2022

Nacidos el 3 de julio

     Él decía que íbamos a hacer juntos la mili. Éramos críos, y él adoraba con absoluta devoción a su hermano mayor, que estaba haciendo la mili, y traía navajas, botas, gorras de mimeta, cantimploras, raciones de supervivencia... Maravillas para un crío a quien le encantaba el monte. Y vivíamos en este pequeño reducto ajeno a la realidad política que nos rodeaba, donde las personas con orígenes diversos y no autóctonos habían tenido a una generación de hijos, la nuestra, naturalmente sin el rechazo que los autóctonos sentían (y hoy sienten, aunque en mucho menor grado) hacia el origen de nuestros padres. Es un poco enrevesado para quien no lo vivió así, y parece que complejo de comprender hoy día, pero así fue. Fuimos testigos vitales.

    Luego crecimos un poco más fuimos, como suelen decir, perdiendo la inocencia. No estoy muy seguro de qué quiere decir eso, al menos en mi caso, y es que hay una cosa que el pensamiento crítico me ha enseñado sobre mí mismo. Que ese propio pensamiento crítico, que asentó mi forma de entender el mundo, y que adopté de mayor, entre mis 25-30 años, puso en orden en mi mente, o dio nombre, o convirtió en palabras coherentes una serie de sensaciones intelectuales que ya recuerdo que tenía desde niño: que casi todo era mentira. Pues como un niño con esa sensación encima, la de que casi todo era mentira, crecí aprendiendo a seguir la corriente a tantos adultos que creían que yo creía en sus mentiras, incluso en muchas de ellas que ellos mismos de hecho se creían. Qué fácil fue, partiendo de esta revelación, aparentar ser un niño bueno, qué fácil saber decirles lo que querían oír.

    Pero me voy por las ramas. Aunque quizá viene al caso -se enlazarán el anterior párrafo con el siguiente-.

    Vivimos muy juntos esa época tan especial para mí. El final de la infancia y el comienzo de la adolescencia me marcó para siempre porque se forjó la persona que soy. Con todo lo imbécil que inevitablemente fui. Creo que los años me han servido para ir corrigiendo eso, siempre poco a poco y nunca completamente. Así, fuimos unos granujillas durante esos 2-3 años que hoy día, con mi vitalmente monótona edad, parecen ridículamente cortos, pero que a esa edad son casi una etapa larga de la vida por derecho propio. En sí fueron "una vida"... No sé, divago...

   Y luego vino una larga separación de veinte años, hasta que llegaron las redes sociales. Facebook, concretamente, que nos reunió. Ahí vi que ya no podíamos volver a congeniar. Yo ya había desarrollado mi pensamiento crítico, aunque estaba en una etapa diferente a la actual. Era mucho más combativo y solía entrar a debatir, además de que encontraba hilarante la fe en lo sobrenatural. Y él estaba a sako con todo esto. A ver, que casi todo el mundo que me rodeaba en esos tiempos era así, pero es que él era de los que hacen proselitismo a cada oportunidad. Y chocamos, cómo no.

   El lenguaje escrito hace perder los matices que tiene el hablado presencial y yo soy muy formal escribiendo y muy contundente si tengo buenos argumentos en mi mano. Y pudo parecer que yo en esos debates que mantenía en los comentarios del Facebook me irritaba, pero no era así. La única vez que creo recordar haberme enfadado de verdad, no tuvo nada que ver con él. Fue cuando yo estaba viviendo la grave enfermedad de un familiar y tuve que aguantar la estupidez de la dieta alcalina y el origen emocional de la enfermedad. No estaba para hostias, y creo recordar también que precisamente en esa ocasión simplemente me limité a abandonar un grupo del que era miembro, sin más aspavientos.

     Pero no  me enfadé con él. No, hombre. Ni siquiera me afectó el tono burlón o (por su parte intencional, aunque no eficaz) tono ofensivo con que me trataba... Más bien me divirtió. Me crié en los patios de la E.G.B. y aprobé, pienso, con notas decentes la asignatura del recreo. No tengo la piel tan fina, y mucho menos con amigos... ¡Por Crom!

    Así que no, Sinceramente, no. Claro que no me enfadé. Es más, por mí, por descontado, siempre pudo contar con mi cariño.

 

Un viejo amigo común de aquellos años del adiós a la niñez.: "El Roble". El del medio ahí al fondo.

     Y bien. Aquí llega el momento en que me he convencido de que ya no creo, en que ya ni siquiera creo... En la muerte. 

    Esta tarde me he tomado un té con leche, herencia de mi antiguo gusto por la cultura británica. ¿Cómo está ese té? ¿Acabado? ¿El té se acabó? ¿Eso quiere decir que ahora que ya me lo he bebido, está en otro estado, que es un té acabado? ¿Diferente del té que ha existido durante el tiempo desde que lo he preparado hasta que me lo he bebido?

    Todavía me cuesta encontrar las palabras para expresar lo que pienso, para describir lo que siento. Creo en la vida de los seres vivos. Creo que nacemos y luego morimos. Así que sí, la muerte es un proceso final, por el que dejamos de estar vivos y nos convertimos en otra cosa. En una cosa. Muchas veces y casi siempre en la naturaleza, en comida, pero eso es lo de menos al caso de lo que pienso y trato de expresar: Que no existe un estado posterior a la vida al que podamos llamar muerte. Que con ese significado, para mí, la muerte es algo que no existe.

   Así que sí, es cierto. Las personas mueren. Tal o cual persona murió. Y coloquialmente hablando, esa persona está muerta. Y yo mismo, por la fuerza de la costumbre, lo seguiré expresando así muchas veces, pero ya no es lo que pienso.

    Pienso que las personas viven. Que lo que las convierte en personas es estar vivas. Es tener vida. Y es la vida lo que da identidad, significado y sentido a las personas. La muerte es tan irrelevante, al fin y al cabo, para la esencia del ser de las personas que la sufren, como toda la inmensidad de tiempo que ocurrió hasta el momento en que nacieron.

    Hay quien dice que no deberíamos entristecernos por la muerte de las personas, sino alegrarnos porque han vivido. En medio de la inmensidad del espacio y el tiempo, y en medio de toda la abrumadora cantidad de probabilidades en contra, esas personas y no otras han vivido. Han vivido. Algunas son nuestros seres queridos. Y nuestros seres queridos han compartido con nosotros esta insignificante mota de espacio y tiempo en la inconcebible vastedad del posiblemente si no virtualmente eterno e infinito Cosmos. Más improbable aún los amigos, que uno se supone que elige, y que son innecesarios para nuestro nacimiento.

    Mira, yo a esto de no entristecerme no llego, porque por muy coherente que sea esa postura con el pensamiento que he expresado más arriba, no puedo evitar la sensación de pérdida, la nostalgia por el recuerdo y sobre todo, y esto también va del modo en que yo pienso, la completa y absoluta certeza de que nunca jamás nos vamos a volver a ver.

    Nuestra historia compartida, cronológicamente resumida, es que fuimos amiguitos de niños, nos conocimos ya desde el parvulario. Luego nos separaron los tres años del primer ciclo de la E.G.B.: de 3º a 5º, que antes eran, para los nacidos en verano como nosotros, los 8, 9 y 10 años. Nos volvimos a encontrar en las colonias de Luquín en el verano tras acabar 5º y a partir de ahí hicimos ya juntos de 6º a 8º. Y fuimos amigos inseparables. Que no exclusivos, por cierto, que yo ni he sido celoso ni debería haber sido objetivo de celos nunca dada la generosidad con la que entrego mi afecto y, en consecuencia, la inocente naturalidad con la que espero lo mismo de los demás. Faltaría más. Finalmente llegó la secundaria y la separación de coles. Yo me volví macarra y él discotequero... Ahí se disolvió la sociedad que creamos ^^... La vida misma, ¿no?

    Y es por esto que a pesar de estos más de 30 años pasados me ha afectado. Más de lo que me esperaba. El último contacto que tuvimos no fue muy memorable y fuimos un poco cretinos el uno con el otro (yo considero que él más conmigo, qué casualidad más conveniente). Pero fue mi amigo de la infancia, y cuando la mañana del 3 de junio me enteré, me quedé planchado, con un disgusto que tardó en desaparecer varios días. Fue el día de la Asamblea General de mi cooperativa, en la que tengo cierta responsabilidad, y creo que no pude estar muy centrado. De Elgoibar me vine directo al tanatorio, con mil dudas de si era lo que debía hacer. Allí había mucha gente, más de la que me fue cómodo, claro. Solo fui capaz de interrumpir al pobre de su hermano pequeño, que tuvo la enorme amabilidad de aguantarme como se hace esos días con el millón de pesados que vienen a ni saber qué decirte. Fue un muy breve pésame.

 

Gu sortu ginen enbor beretik, sortuko dira besteak.

   Ese día no podía dejar de pensar que en un mes teníamos que volver a cumplir años juntos, pero que él ya no llegaría. Se había quedado en el camino. 

   En conclusión, hoy publico este homenaje a aquellos dos gamberros haciendo los deberes de euskera subidos a unas ramas de El Roble, habiendo encendido una hoguerilla, con las bicis echadas en los helechos a los pies, fumándose un negro que alguno había afanado a su padre, en la casi penumbra de cualquier tarde otoñal de finales de los 80.

   Que viva vuestro conjunto recuerdo, hijos de la Tierra.