domingo, 9 de julio de 2023

Aguante, a pesar de la contradicción. ¡Aguante!

Hoy he oído a unas personas hablar sobre un taller de mecanizado.
Decían que el dueño, un viejo de setenta y pico años, andaba todo el día por ahí. Dando por saco a todo el mundo, al parecer.

También hoy, me ha contado una persona la situación de su cuñado. Tras muchos años en la misma máquina pequeña de electroerosión, ha pasado, a sus cincuenta y muchos, a otro taller, a mover piezas grandes y a rebabarlas. Lo que le asusta y se le hace cuesta arriba, más de lo que quisiera —no podía ser de otro modo, claro—.

Las primeras personas hablaban de ese tipo de talleres en tono divertido, hilarante. La segunda persona, me contaba lo de su familiar como mala suerte.

Ay, los puntos de vista.

Me he acordado de mi paso por esos talleres viejos, sucios, desordenados, mal iluminados, fríos en invierno... Con dueños déspotas llevándolos. Gente con menos conocimientos que yo y que me discutieron y me abroncaron a pesar de no cometer yo errores y hacer bien mi trabajo. Lugares desagradables de ambiente humano triste e inhóspito a los que no quería ir y donde no quería estar, e iba y estaba buena parte del día. Ganando mi sustento.

Me he acordado de los compañeros de cincuenta y pico que tuve durante años y apreciaba, y que quedaron en la calle después de muchos, tantos años como magníficos trabajadores. Que ya no han vuelto a tener estabilidad. Sólo precariedad, con trabajo temporal, promesas incumplidas y soportando al empresariado habitual, ese mayormente compuesto por canallas pagados de sí mismos.


La religiosidad no está reñida con la industrialización


El sistema capitalista salvaje que tritura trabajadores valiosos, responsables y experimentados. Que los excluye, que destroza su salud, que los sustituye antes de tiempo por gente menos responsable, más inexperta, pero que cobra menos y es más fácil mangonear. Estrategias loose-loose, creo que las llaman los estúpidos que cruzan los brazos, sonrientes en sus fotos de perfil, en esa esfera digital donde ser un sociópata (muy orientado y mucho orientado al cliente) es todo un orgullo de eficiencia autocacareada.

Las contradicciones del capitalismo, identifican los estudiosos de esos ciclos económicos. De un sistema enfermo que encadena crisis más agudas cada ocasión para mantener una mentira insostenible.


Aguante, clase obrera. La mía. Los míos.
¡Salud, compañeros!

Me encuentro cómodo en la penumbra

    Me gustan las personas. Soy un bitxo social y, cuanto menos, aprobé el recreo. Me echa para atrás la misantropía fácil que busca la complicidad de estar enfadado con muchas personas, aunque sea cierto que muchas veces son el foco y la causa de nuestros males.

   Este tardocapitalismo neoliberal, o llámalo como quieras, es una sociedad que tiene mucho que mejorar y hace difícil que uno se desarrolle en él plenamente con el coco sano, a no ser que seas un cretino o un sociópata.

   Como me gusta la gente, me gusta la antropología, la neurociencia, la filosofía, la paleoantropología, los documentales de geografía, la psicología... Y muchas más cosas que hablan a fondo sobre nosotros.

   Hay una cita célebre del grandérrimo Edward O. Wilson: “El verdadero problema de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones del paleolítico, instituciones medievales y tecnología propia de un dios. Y eso es terriblemente peligroso”. Muchos han analizado esta cita antes y mejor que yo, así que aquí queda sólo porque viene muy al caso.

 

Eskerrik asko hain maitagarria izateagatik.

   Siempre habrá gente buena haciendo cosas buenas y gente mala haciendo cosas malas. Pero hacen falta ciertas circunstancias especiales para que personas buenas hagan cosas malas.

   Este "axioma" del ateísmo militante, que relaciona esa circunstancia especial con la religión, vale para más cosas. La religión es la que se lleva la palma. Es posible, porque permea a casi toda la humanidad moderna durante toda la historia que conocemos y es un problema mental colectivo dañino como pocos. Pero también vale para todos esos casos donde se puede uno esconder detrás de un grupo mayor o el anonimato. Por ejemplo, la conducción. Casi todo el mundo corre un huevo, se porta super incívicamente, desprecia la integridad física de las personas. Supongo que aquí también hay mucho de masculinidad tóxica que resulta en cochazos grandes y potentes para que los demás no le juzguen a uno poca cosa debido a su falta de ostentación. Que tiene tela. Pasa también en internet, alimentado por la manera en que los mecanismos de las RRSS premian la confrontación... Con las ideologías radicalizadas, tres cuartos de lo mismo.

   Podría parecer que pienso que las personas somos malas aunque hipócritas que nos cohibimos, pero malas en el fondo. Yo realmente pienso que no. Creo que el hecho de que nos desinhibamos en un contexto de anonimato es debido a que nuestra mente no evolucionó en un mundo masificado, globalizado y anónimo. Lo hizo en medio de grupos reducidos y homogéneos de a lo sumo un centenar o dos de personas, donde todo el mundo te conoce y sabe quién eres y de qué pie cojeas y espera (y exige) que arrimes el hombro para salir adelante, como el resto. Esa inhibición está dentro de nosotros y ha venido acompañándonos en nuestro viaje evolutivo, y está hoy día aquí. Sigue aquí. Como todos esos valores morales que nos hacen sentir bien por portarnos bien, sin necesidad de un tiránico sistema de castigos o recompensas externo. Eso me parece un pensamiento alentador.

   Hace no tantas generaciones, la gente se recreaba yendo a ver sádicas ejecuciones humillantes. Recientemente, cuando yo era niño, en la tele salían cantidad de humoristas haciendo chistes de gays y gente con trastornos del habla. Hasta se hacían chistes de la violencia machista y exitosas canciones que la promovían. Hoy hemos madurado un poco más, y estamos a años luz de lo primero, y nos vamos sacudiendo lo segundo. Quizá en unas décadas no esté bien visto tener el coche más contaminante que te puedas permitir y que te comportes en él como un psicópata. Biológicamente, seremos idénticos a los que hace decenas de miles de años huían a la cuenca mediterránea de los estragos del último máximo glacial, pero la cultura nos hace diferentes a ellos en cierto modo. Nuevos. Quizá, con suerte y algún día, mejores.




domingo, 2 de julio de 2023

El divino extraterrestre decrecentista

   Esto va hoy de cosas mundanas. Nuestra cotidianidad. En el día mundial del ovni.

   ¿Nos aburriríamos de ver colgada del aire una nave nodriza después de un par de meses? ¿Y qué íbamos a hacer si no? En las pelis no le suelen dar mucha importancia, pero las personas tenemos que hacer caso de nuestra fisiología. Nave nodriza suspendida en el cielo sobre cada capital del mundo o no, hay que comer y quedar a echar un café con nuestra hermana.

   Unos dicen que podemos elegir hacer lo que nos dé la gana. Les retaría a estarse quietos unas cuantas horas a ver cuándo les tarda en decir el cuerpo basta, y se dan cuenta de lo pronto que se acaba el libre albedrío.

   Hoy he estado viendo un vídeo de temas medioambientales que me ha hecho pensar en el margen que aún tenemos para crecer económicamente sin acaparar más recursos finitos. En lo que nos queda todavía para espabilar en la manipulación del átomo, y en consecuencia, dominar la materia y la energía. Si un día llega. Auskalo. Después de eso, ninguna revolución tecnológica previa tendría derecho a llamarse así, de la insignificancia a la que quedaría relegada.

 

 



   En las pelis, civilizaciones avanzadísimas de extraterrestres suelen venir a dar por saco a la Tierra. ¿Para qué? Unos seres con capacidad para viajar por el espacio interestelar no necesitan nada de nosotros. Ni comida, ni esclavizarnos ni nada de nada que les podamos proporcionar y que no puedan obtener sin esfuerzo por su cuenta. Es absurdo. Como mucho vendrían a experimentar, a aprender, por curiosidad. Abduciéndonos y luego con sondas anales no creo, porque difícilmente nos verán especiales, no muy diferentes a cualquier otro bicho.  Lo de no necesitar nada de nosotros en particular se puede extender a las máquinas cuando se rebelen o a tantos dioses como hemos inventado. ¿Para qué quiere un ser superior omnipotente que yo le adore o trabaje para él? ¿Por qué iba a molestarse si yo vivo como si no existiera? Debo de ser infinitesimalmente insignificante a su parecer. ¿Qué le importo? ¿Qué le importa nada?

   En las pelis siempre acabamos hablando con los extraterrestres. Me hace gracia, porque compartimos una historia evolutiva reciente y un genoma casi idéntico con numerosas especies animales del planeta y no nos podemos intercomunicar con ellas, incluso a pesar de que hasta ellas nos interpelan, como muchas veces hacen. Es también gracioso pensar que a la vista de un extraterrestre, un humano y un atún serían casi el mismo bicho. ¡Pero si no podemos ni entender textos o símbolos de humanos de nuestra misma especie una vez hemos perdido el diccionario para traducir! ¿Cómo íbamos a poder charlar con extraterrestres que presumiblemente nos dejan a la altura de la suela de los zapatos en lo intelectual? Seremos tan listos para ellos como las moscas para nosotros.

 

   Los dioses, la rebelión de las máquinas, las invasiones extraterrestres... son pura introspección. Entiendo, finalmente, que toda esa literatura va sobre nosotros mismos, que nos gustamos más de lo que queremos reconocer.