viernes, 25 de octubre de 2013

"Memorias del hielo" de Steven Erikson

   <<—¿Que si es un viejo amigo? Pues sí, adoptamos a estos animales en nuestras tribus. Era eso o verlos morirse de hambre. Verás, resulta que fuimos responsables de esa hambruna.
    —¿Responsables? ¿Por algo así como cazar en exceso? Yo creía que tu especie estaba en comunión con la naturaleza. Todos esos espíritus, todos esos rituales de propiciación...
    —Toc el Joven -lo interrumpió Tool—, ¿te burlas de mí o de tu propia ignorancia? Ni siquiera el liquen de la tundra reposa en paz. Todo es una lucha, todo es una guerra por la dominación. Los que pierden, se desvanecen.
    —Y según tú, nosotros no somos diferentes...>>




   <<—Parece —dijo Itkovian mientras miraba el inmenso ejército que se había reunido a su alrededor— que no te hemos perdido, después de todo. El Jabalí del Verano  desprecia la obediencia ciega. Nos acompañarás, por tanto, señora.
    —Gracias, yunque del escudo.
    —Recluta, confío que no te engañes y creas que presenciar la destrucción de más k’chain che’malle va a silenciar los gritos de tu interior. A los soldados se les entrega una armadura para la carne y los huesos, pero deben elaborarse ellos solos otra para el alma. Trozo a trozo.
    La mujer se miró la sangre que le salpicaba el uniforme.
    —Ya ha empezado.
    Itkovian se quedó callado un momento y estudió a la recluta que tenía a su lado.
    —Los capan son un pueblo idiota al negarle la libertad a sus mujeres. Tengo la  prueba viva delante.
    La mujer se encogió de hombros.
    —No soy la única.>>




    << La presión no se mitigó. Comenzó a comprender, horrorizada, entre el dolor creciente en las piernas, el fuego en el pecho y la agonía seca y aguda de la garganta,
que era imposible huir. Iba a morir. Derribada como cualquier otro animal  condenado a convertirse en víctima del hambre de los lobos.
    Sabía que para ellos no significaba nada, lo sabía en el mar que era su mente, en el que se agitaba una tormenta enloquecida de pánico y desesperación. Eran cazadores y lo que residía en el alma de su presa no tenía relevancia alguna. Como ocurría con el antílope, el ternero bhederin, o el ranag, la elegancia y el prodigio, la promesa y el potencial, todo ello se reducía a simple carne.
    La lección definitiva de la vida, la única verdad enterrada bajo toda aquella  maraña de capas de engaños.
    Antes o después, comprendió la mhybe, no somos más que comida. Lobos o  gusanos, con un final abrupto o prolongado, no importaba nada en absoluto.>>





   <<—El que mató a esa cabra era rhivi —dijo Korlat después de un momento—. Tú y yo conocemos bien ese ritual, mhybe. Propiciación. Se invoca al espíritu misericordioso cuyo abrazo es necesidad. Las dos sabemos que ese espíritu invade a la cabra, o, de hecho, a cualquier criatura cuyo cuerpo va a alimentarte y cuya piel va a vestirte. Así pues, la bestia no grita, no clama. He sido testigo... y me he maravillado, pues es un hecho notable. Exclusivo de los rhivi, no en su intención, sino en su obvia eficacia. Es como si el espíritu que llega durante el ritual le muestra a la bestia un futuro mejor, algo que está más allá de la vida que ha conocido hasta ese momento...
    —Mentiras —murmuró la mhybe—. El espíritu engaña a la pobre criatura. Para que la muerte sea más fácil.
    Korlat no dijo nada.
    La mhybe se llevó el cuenco a los labios.
    —Quizá, aun en ese caso —continuó la tiste andii— el engaño sea un regalo... de misericordia.
     —No existe tal cosa —le soltó la mhybe de repente—. Palabras para consolar al asesino y a los suyos y nada más. El que muere está muerto, [...]>>




   << —¡Sacerdotes! —bufó el otro—. Maestros interesados del timo, estafadores de los crédulos, embusteros y...
    —Murillio, hay excepciones...
    —Todavía tengo que ver la primera.>>




    <<—Es que siempre se lo toman todo demasiado en serio, en mi opinión —murmuró la marinera.
    —Es lo que pasa con los prepotentes —respondió Zorraplateada con un asentimiento.>>





     <<—Las exigencias de uno mismo tienen prioridad, señora. Siempre; de otro modo no habría paladines. No habría ningún tipo de jerarquía. Los seguleh se verían regidos por mártires lloricas que pisotean a ciegas a los indefensos en su búsqueda del bien común. O nos gobernarían déspotas que se ocultarían tras un ejército ante cada desafío, que crearían con la fuerza bruta una reivindicación justificada del honor. >>




    <<—Ni una palabra más, Ganoes. Puedes pensar lo que quieras sobre ti mismo pero nosotros seguiremos viéndote como lo que eres, un hombre noble...
    —Noble...
    —No esa clase de noble, Ganoes. Hablo de la clase que uno se gana, la única clase que cuenta. Porque, en estos tiempos, no es tan fácil encontrarlo, diablos.>>

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