sábado, 11 de enero de 2014

Ni polvo ni convertirme en ello

    Esta vez es una explicación. Iba ayer camino del trabajo acercándome al contorno de Jaizkibel por la carretera, y me fijé en los troncos aún jóvenes de los abedules que pude reconocer desde lejos porque son blancos y ahora están desnudos, y que sé que están ahí porque he andado entre ellos muchas veces. Buena idea al que se le ocurrió repoblar con abedules, si piensa cierto día ir sustituyéndolos poco a poco por robles.

    Me acordé de algo que dijo Richard Feynman sobre la madera y el fuego. Viendo esa masa de árboles a lo lejos, y los plátanos tan altos que bordean la carretera que baja de Gaintxurizketa, estuve recreándome un rato en pensar cómo los árboles (y las plantas) son básicamente aire modificado mezclado con agua.  Casi nada de tierra, mucha menos tierra de la que se pueda pensar. Y luego nosotros estamos hechos también de ese aire que robamos a las plantas o a otros que se lo robaron primero.

El del medio es mi amigatxo


    Con ese alegre pensamiento llegué una vez más a la conclusión de haber hecho bien en elegir mi afición por la ciencia que me ha enseñado esa curiosidad, y haber abandonado unas creencias que estaban equivocadas al respecto. Me hago muchas preguntas y me cuestiono muchas cosas, por eso me gusta esa manera objetiva de obtener conocimiento que es la ciencia, y la mejor herramienta que tenemos para obtenerlo, el método científico. Y por eso ha dejado de gustarme la religión. Porque no me daba respuestas satisfactorias. Porque es incapaz de darlas más allá de ocurrencias. Porque enseña a la gente a estar satisfecha con respuestas que no lo son. Esta vez sólo explico por qué.

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