Pensar en la vida es un reto extraterrestre a veces. Pensar en cómo una planta atrapa y usa la energía del sol para transformar una fracción del aire en sí misma. En madera, por ejemplo. Esa sustancia hecha de aire, agua y sol. O en flor, por poner otro ejemplo. Aire y sol hechos flor, flor y moléculas volátiles. Moléculas que se dispersan en el aire al que pertenecieron y al que, ahora transformadas en aromas, se devuelven.
Y después, viene un insecto atraído por ese aroma a por el polen y el néctar. Un terrícola convertido momentáneamente en extraterrestre para observar, ve esto y lo relaciona a la necesidad de mantenerse en la partida.
Pero si vuelve a poner los pies en la Tierra después de desembarcar de su nave propulsada por nihilismo, piensa:
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Ai na vedui, Dúnadan. Mae g'ovannen! |
A ver, sencillamente... ¿Pero quién no se ha abandonado alguna vez al placer?
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