Esta no es mi última palabra.

Sé que contiene errores, pero me da pereza corregirlos. Esta no es mi última palabra.

sábado, 10 de octubre de 2015

El hombre que escupía pitillos

    Lo que yo puedo recordar es que era un buen hombre. Se portó muy bien conmigo y con los míos sin juzgarme ni juzgarnos. Fue generoso. Fue un maestro paciente, de los que saben mucho más pero no se desesperan por tu ignorancia sostenida. A pesar de que las personas que le rodeaban no lo respetaban mucho e incluso habían llegado a decepcionarle y cansarle, él tenía un ánimo bondadoso, y conmovedoramente compasivo, había perdonado de corazón a un hermano que se había perdido por muy malos caminos años atrás y que por ello arrastraba un estigma social.
    Era muy inteligente y ocurrente. Tenía una imaginación que le desbordaba muchas veces a él mismo. Inventó el tele-churro, un laberinto gigantesco en los páramos hecho con las piedras que de él se sacaban al ararlos anualmente. Inventó ajedreces y partidas de mus vivientes. Inventó un libro de poesía gigante clavado en la Isla de Santa Clara y una poesía gigante escrita en el pico San Quirce. Inventó pins vivientes.



    Fue un honor y una suerte conocerlo, y si un día tú y yo nos sentamos con tranquilidad a contarnos viejas anécdotas, igual te hablo de él y del título de esta entrada. Me hubiera encantado poder seguir conversando con él ahora como el hombre en que me he convertido y con quien no pudo hablar. Acabo de enterarme de que su hermano, a quien conocí primero, hace poco también ha pasado a ser, como él mismo me dijo una vez, un libro que ya leído vuelves a dejar en la estantería.

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