viernes, 30 de junio de 2023

La medida de nada

    Ayer recogí un azucarillo del suelo delante de la entrada del sitio donde estoy alojado en vacaciones. Delante de mi mujer, el dueño del alojamiento y dos clientes más que nos seguían.

  Luego, en la habitación, mi mujer me preguntó que para qué había recogido ese azucarillo. Le respondí que para dejarlo con el resto, en su sitio. "¿Del suelo?", fue su lógica pregunta al respecto.

   Aclaración: me enferma el despilfarro porque lo veo como un atentado al medio ambiente. Soy muy purista para eso, con toda mi eco-ansiedad a cuestas, así que me parece mal tirar a la basura cualquier cosa en perfecto estado. Algo que se pueda usar.

   Lo que sí le contesté, luego ya de coña, es que: "Claro, soy un eco-ansias; estáis aquí todos para sufrirme". Y ella, que me quiere bien, me dijo algo así como que ojalá todo el mundo fuera como yo, dando a entender que a mí no se me sufre.

 

 

   No lo creo. Hace no demasiado tiempo que me he pegado con mis sesgos cognitivos más profundamente arraigados para ligeramente tratar deshacerme de ése en particular. Tratar, sí, porque sé que poco más se puede hacer, los sesgos son inevitables. A pesar de que, como todo hijo de vecino, pienso que tengo razón en lo que pienso, ya no creo que un mundo lleno de personas que pensaran igual que yo fuese un mundo ideal.

   A ver. Un poco de introspección etiquetadora: Soy pacifista y ecologista. Soy de izquierdas porque creo en la igualdad y en la justicia social y porque creo que la riqueza la crean los trabajadores. Y por muchas razones más. Pero desde luego, no soy de izquierdas por tribalismo, sino que me lo tengo bien bien razonado. Soy feminista e internacionalista. Antirracista y antifascista. Posiblemente anarquista y/o anarco-sindicalista y comunista libertario en lo económico. Posiblemente, digo, sólo porque etiquetarme es muy difícil. Si me conocieras en profundidad ya sabrías por qué. También soy ateo militante porque creo que la religión o las creencias en movidas sobrenaturales son malas para la humanidad y por tanto, por el bien de todo el mundo, deberíamos combatirlas. Y soy muchas cosas más que me enorgullece ser. Qué conveniente ^^.

   Lo máximo a lo que llego a aventurar como deseo inocente sobre qué habría que hacer en el mundo es que pienso que nos falta una segunda ilustración. Retomar las cosas buenas que surgieron en la primera y añadir otras nuevas más. Volver al humanismo como el hecho de poner a las personas en el centro. Ahora que sabemos, no es que lo hipoteticemos, sino que objetivamente sabemos que: somos animales codependientes de nuestro entorno natural, que no existen las razas, que no hay superioridad humana posible basada en caracteres que no podamos cambiar de nosotros mismos. Ahora que el conocimiento científico más fiable y objetivo, el menos propenso a ser un autoengaño, nos ha demostrado con una cantidad de pruebas abrumadora que debemos dejar de ser tan imbéciles entre nosotros y con el medio ambiente. Es ahora cuando deberíamos tomar este conocimiento y utilizarlo para volver a poner a los humanos en el centro. Creo que un buen entendimiento del término antropocentrismo no debería ser peyorativo, porque habríamos comprendido al fin nuestro frágil, efímero y absolutamente dependiente lugar en el ecosistema global. Y, también te digo otra cosa; a la mierda el primitivismo. Lo que toca es avanzar. Los avances sociales van de mano de los avances científicos. La capacidad de llegar a esa conclusión está al alcance de cualquiera con una poca de afición por comprender la historia. Que vuelva a la Arcadia a sufrir varicela su putero padre.


Cephalanthera rubra. A veces el cuerpo también me pide una yihad medioambiental.


No quiero arrogarme la superioridad moral de andar juzgando demasiado de más a los demás. Digo de más porque si no juzgase desde una posición moral a mis semejantes no sería persona. Pero puedo comprender mis limitaciones y tratar de no ser ni muy duro ni demasiado categórico en mis juicios. Y porque pienso que, a pesar de todo, yo no soy ejemplo de nada.

   Dudo de si un mundo lleno de gente como yo sería finalmente un mundo próspero en el mejor sentido de la palabra. No lo sé. Al final, la ideología de uno (creo) es en parte el resultado de imaginar que un mundo más deseable es aquel en el que mayormente abundasen los afines al pensamiento propio. Si no, de poco serviría tener ideología. Total, para aplicártela exclusivamente a ti mismo, no sería ideología, sería otra cosa.

 

   A veces dudo demasiado. Nunca estoy suficientemente contento con la mayoría de mis ideas. Quitando algunos pilares firmes, como el respeto a los derechos humanos y algún rasgo moral propio nacido de mi más sincera empatía, por lo demás me lo cuestiono todo. Y lo que mejor me suena, más me lo cuestiono aún, por sospechoso. Agota un poco, pero dinamiza el "sembrao".

 



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